
Permaneció en la ciudad hasta 1928, fecha en la que muere su madre. Ese mismo año vende su casa y parte para Madrid. Allí permanecerá hasta el estallido de la Guerra Civil. En 1936, marcha exiliado a Londres y más tarde a América. Muere en Méjico en 1963.
Durante todos estos años, Cernuda no olvida su ciudad de origen, como podemos ver en este poema de su libro Como quien espera el alba (1947):
Tierra nativa:
Es la luz misma, la que abrió mis ojos
Toda ligera y tibia como un sueño,
Sosegada en colores delicados,
Sobre las formas puras de las cosas.
El encanto de aquella tierra llana,
Extendida como una mano abierta,
Adonde el limonero encima de la fuente
Suspendía su fruto entre el ramaje.
El muro viejo en cuya barda abría
A la tarde su flor azul la enredadera,
Y al cual la golondrina en el verano
Tornaba siempre hacia su antiguo nido.
El susurro del agua alimentando,
Con su música insomne en el silencio,
Los sueños que la vida aún no corrompe,
El futuro que espera como página blanca.
Todo vuelve otra vez vivo a la mente,
Irreparable ya con el andar del tiempo,
Y su recuerdo ahora me traspasa
El pecho tal puñal fino y seguro.
Raíz del tronco verde, ¿quién la arranca?
Aquel amor primero, ¿quién lo vence?
Tu suelo y tu recuerdo, ¿quién lo olvida,
Tierra nativa, más mía cuanto más lejana?
Como quien espera el alba.
Nuestro paseo va a estar marcado por los recuerdos de la ciudad, nunca nombrada, que plasmó Cernuda en su libro de poemas en prosa Ocnos (1942). Pasearemos por la Sevilla que lo vio nacer, por la Sevilla de su infancia y adolescencia, donde por primera vez sintió el amor y el deseo y rellenó con melancólicos versos sus primeros folios en blanco; la Sevilla que amó y que odió hasta el punto de abandonarla y no querer volver a ella, aunque, como veremos en sus textos, siempre estuvo viva en su memoria.